Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1534
Legislatura: 1893-1894 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 23 de abril de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 114, 3757-3758
Tema: Destitución del gobernador civil de Valencia

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Si me permite el Sr. Presidente, quisiera decir pocas palabras.

El Sr. PRESIDENTE: Tiene S. S. la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta):Quería contestar al Sr. Dualde, porque ha creído que yo no tomé en consideración las ideas que ayer emitió en su discurso, y en eso está S. S. equivocado: las tomé tan en consideración, y las di tanta importancia, que me hicieron dudar de lo que había acontecido en Valencia.

Porque, Sres. Diputados, el Sr. Dualde se presentaba aquí como testigo presencial de los hechos. Su señoría es vecino de Valencia, tiene allí una situación social envidiable, a Valencia ha de volver; pero aun cuando no concurrieran todas estas circunstancias, a mí me basta la consideración de que S. S. es compañero nuestro, representante del país, y en este concepto fiscal de los actos del Gobierno para dar a las palabras de S. S. toda la importancia que tienen. Y como S. S. en su discurso fue rebatiendo uno a uno los hechos que había expuesto aquí el Sr. Pidal, decía yo a mis compañeros: ¿a quién debemos creer? ¿Al Sr. Dualde, que dice que ha sido testigo presencial y viene aquí a manifestar lo que ha visto y presenciado, o al Sr. Pidal, que si no es testigo presencial, lo es de referencia por haber oído a muchos testigos presenciales y por tener testimonios escritos?.

De ahí mi confusión, porque, después de todo, como el Sr. Dualde piensan algunos otros Sres. Diputados que han venido de Valencia, mientras que otros piensan en sentido contrario, y es más, las mismas noticias que el Gobierno ha recibido son a veces contradictorias. ¿Qué extraño es, pues, que el Gobierno tenga que pensar todavía acerca de la resolución, y que diga que no está bastante enterado para juzgar de manera que deje tranquila su conciencia?. Y siendo esto así, Sres. Diputados, no sé por qué se ha extrañado nadie de que yo dijera que no sabía lo ocurrido, cuando de seguro no lo sabe el Congreso después de oír a testigos presenciales, a testigos de referencia, y de oír la lectura de comunicaciones. Tengo la seguridad de que si ahora preguntásemos al Congreso si tenía entera conciencia para resolver este asunto, diría que no. (Rumores.- El Sr. Mella: Que sí.- Otros Sres. Diputados: Que no.- El Sr. Carvajal: ¡Pero si el Gobierno ha resuelto ya!).

El Gobierno no ha resuelto todavía. Voy a ese punto, que es otro de los que causaron extrañeza, porque se conoce que el sábado estaba aquí la gente demasiado nerviosa y se extrañaba de todo.

Cuando el Gobierno se ocupaba en reunir los documentos que han de constituir la información sobre los sucesos de Valencia para determinar quiénes son los culpables y proceder en consecuencia, tuvo conocimiento de que a la conducta y a la personalidad del gobernador se había dado en aquella ciudad un carácter político que ni al Gobierno ni al gobernador les convenía; y entonces, no por los sucesos, cuya información no estaba terminada, sino por ese carácter político que hacía imposible la permanencia y continuación de aquella autoridad en Valencia, el Gobierno le separó. ¿Por qué lo ha separado en esta forma? Voy a decirlo, pues a mí no me duelen prendas en esta cuestión. Lo separó porque, abierta una información y no terminada, el Gobierno no quería prejuzgar el asunto. (El Sr. Rodríguez: Fusilándole.) Cuando un gobernador se encuentra con dificultades en la provincia que gobierna, dificultades que nacen a pesar suyo, pero que le impiden gobernar bien? (El Sr. Ojeda: Se le traslada a otra.)

En efecto, se hace una combinación y se le traslada a otra provincia. Pero esto no lo podía hacer el Gobierno en este caso porque tiene abierta una información respecto de la conducta observada por el gobernador en los sucesos, y mientras no lo resolviera, el Gobierno no le podía mandar a ninguna otra provincia. (El Sr. Carvajal: De cualquier manera sale lo mismo.) Podía haber hecho otra cosa, porque también ha hablado el Sr. Dualde de dimisión; podía haberle admitido la dimisión que tenía presentada, porque el Sr. Dualde, que es muy entendido, debe saber que el cargo de gobernador es de tan naturaleza, que al recibir el nombramiento hace dimisión para cuando el Gobierno tenga que disponer del puesto.

De manera que el gobernador de Valencia tenía presentada la dimisión; pero no se le admitió, porque si se le admitía sin la fórmula de costumbre, [3757] era peor que dejarle cesante, y si se le admitía con la fórmula de "quedando el Gobierno satisfecho de su celo, inteligencia y lealtad?" ¡Ah! ¡qué cargos hubierais hecho al Gobierno! Estando abierta la información, hubierais dicho que por medio de un decreto prejuzgábamos el asunto, haciendo inútil la información. (El Sr. Carvajal: ¿De modo que hemos sido nosotros los que hemos destituido al gobernador en esa forma?) Sus señorías no han hecho nada. (El señor Carvajal: ¿Pues no dice S. S. que lo ha hecho por nosotros?) ¿Qué he de hacer yo nada por SS. SS.? (Risas.- El Sr. Carvajal: Acaba S. S. de decirlo.) No he dicho semejante cosa. Lo que he dicho es que hubiera sido injusto por parte del Gobierno proceder de esa manera porque se hubiera expuesto a las censuras de todos. (El Sr. Mella: Luego lo habéis hecho por evitar las censuras.- El Sr. Ministro de Estado: No.) Es que el Gobierno no quiere las censuras, cuando son justas, y como hubieran sido justas, claro está que no las queríamos. Y voy a otra cosa importante, porque esto es tan natural y regular, que ayer me extrañé yo de la extrañeza vuestra. ¿Qué Gobierno no hace eso en iguales circunstancias? Y si no lo hace, no es un Gobierno prudente.

Pero el Sr. Dualde se preocupa mucho de los carlistas. Yo también me preocupo, pero me parece que no me preocupo tanto como S. S. Los carlistas son muy católicos, muy religiosos, acatan al Papa como nadie, son los partidarios del Papa más grandes que hay en la Cristiandad; pero si el Papa les aconseja una cosa que no les conviene, hacen de sus consejos el mismo caso que harían de los míos. (El Sr. Mella: Pido la palabra.) Pero, en fin, si no hacen caso de los consejos de Su Santidad, allá ellos.

Dice también el Sr. Dualde: "Pero esto es grave, porque se quedan donde estaban." Pues mientras estén donde estaban, bien están ellos y bien estamos nosotros. (Risas.)

De manera que, lo digo francamente, me extrañan mucho esas preocupaciones de S. S. Si después de todo, los carlistas ofrecieran el peligro, que su actitud le inspira a S. S., no me parece regular que SS. SS. se reduzcan única y exclusivamente a lanzar lamentaciones, sino que es preciso poner remedio al peligro. ¿Y cómo? Todo el que quiera la libertad, todo el que quiera el progreso, todo el que quiera la civilización, ha de unirse a los que queremos eso para oponerse a los carlistas. (El Sr. Conde de Casasola: Eso es una vulgaridad.)

Pero vosotros, los carlistas, ¿no nos estáis diciendo, y lo oímos con calma, que el liberalismo es la muerte del progreso? Lo habéis dicho muchas veces Pues qué, ¿queríais que os dijera yo que la reacción vuestra es la base de la civilización y del progreso en todas partes? ¿Es que queríais eso? Pues yo no os lo puedo decir, porque me desmentiría la Historia en todas las épocas de la vida.

Pero dice el Sr. Dualde: "Aquí se ha manifestado, y eso es muy grave, que se puede gritar viva el Papa Rey, y el Sr. Barrio y Mier ha declarado que lo ha dicho en el Parlamento". El grito de viva el Papa- Rey, si no hubiera sido un grito empleado para combatir las instituciones italianas y para combatir la unidad de Italia, claro es que se podría lanzar aquí, en Italia y en todas partes; porque, después de todo, como el mismo Sr. Barrio y Mier ha dicho, el Papa es Soberano en su pequeño Estado. Allí tiene su secretario de Estado, su Consejo de Cardenales, su corte, su jurisdicción, su hacienda y su fuerza pública. Los países le envían cerca de su augusta persona representantes de los mismos en el grado superior de la jerarquía diplomática, y él también manda los suyos cerca de los Soberanos de aquellos países, tiene la franquicia postal y telegráfica; en una palabra, tiene todas las prerrogativas de un Soberano, y es Soberano, repito, en su pequeño territorio. (El Sr. Azcárate: ¡Parece imposible que no se conforme!) Tampoco nosotros nos conformamos, sino que nos resignamos porque quisiéramos ser más grandes, lo que tiene es que, como no podemos, nos resignamos. De manera que el que no se conforme no es un cargo que se pueda hacer al Sumo Pontífice, porque ese cargo sería general para todos los Soberanos, puesto que todos quieren ser más y tener más de lo que tienen.

Y es natural que eso suceda, porque nos ocurre a todos en las cosas particulares. Recuerdo a este propósito el cuento de aquel labrador, que iba extendiendo sus tierras, y cada vez que se subía a una altura de terreno y veía el que le rodeaba, exclamaba: "¡ah!, si aquel campo pudiera traerlo para unirlo con este otro." Eso es, por consiguiente, una aspiración natural y humana.

Pero la verdad es que el grito de viva el Papa-Rey se ha convertido en un grito proferido para combatir a los Poderes públicos de un país amigo, y en este concepto, ese grito no puede consentirlo el Gobierno español, porque lo considera como un ataque al Gobierno de una Nación amiga, y en Italia tiene que considerarse como un grito subversivo, que el Gobierno puede y debe castigar. Me parece que más claro no puede ser, y, por consiguiente, creo que bien puede quedar satisfecho el Sr. Dualde.



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